sábado, 29 de diciembre de 2012

EL PUCHERO DE NAVIDAD EN LA MATANDETA

La casa olía de una forma diferente. Siempre se comía puchero durante todo el año, pero la noche y  los tres días que duraba la Navidad, la casa de mi abuela Emilia, olía diferente.
La iaia se pasaba el año criando un par de pavos para el puchero de Navidad. En el patio de su casa de Paiporta, los pavos, con el moco colgando, nos miraban de reojo, desde dentro de la jaula. Debían de imaginarse lo peor. Ese puchero empezaba a prepararse muy pronto, a las ocho de la mañana, y aparte de las demás carnes, de los embutidos, de las verduras y garbanzos,  de la pelota que no podía faltar, el pavo le confería un olor especial, que la nariz de mi infancia no soportaba, porque yo conocía al pavo, me pasaba el año hablando con él y recriminándole que fuera tan feo y antipático. No sonreía nunca, echaba cagarrutas por todas partes que yo evitaba, pero acababa pisando con mis zapatos de colegiala, por no hablar de los picotazos que me propinaba, si me acercaba demasiado. Era mucho más simpática la gallina de Guinea, que envuelta en una mantita, yo llevaba en brazos por toda la casa. El gallo, con sus plumas de colores y su kikiriki. Los conejos saltarines, siempre frunciendo la nariz y mirando de reojo. No me caía bien el pavo y encima lo metían en el puchero el día de Navidad y se pasaban la comida hablando bien de él. 
Los mayores discutían siempre sobre la misma cosa. El cocido del año pasado estaba mejor que éste. No es cierto, el de hace dos años, tía Emilia, le salió mejor. Os equivocáis, nunca hubo un puchero de Navidad como el del año de la riada. Este sí que ha criado buenos muslos. A mí, pásame un poco del cuello que la pechuga está un poco reseca.  Y tres días comiendo puchero con el pavo dentro. 
El resto del año, afortunadamente, nunca había pavo en el puchero, era como un puchero más pobre.
Cuando la iaia murió de una embolia cerebral, un diciembre, muy poco antes de la Navidad, ese año no hubo puchero, ni reyes, ni regalos. Misas y trajes de luto.
Mi madre ocupó el puesto de la aia preparando el puchero y reuniendo a la familia esta vez en nuestra casa de Sedaví. Y otra vez los medallones del caldo, tan espeso, suculento. Ya no había pavo en el patio, pero seguía en el puchero. Y otra noche y tres días celebrando la Navidad con una gran familia.
Cuando murió mi madre, se acabó el puchero y la familia reunida. ¿Por qué? Nadie se preocupó de ocupar su lugar. Yo solo tenía veinte años.
Hace veintiún años que el día 25 preparamos el puchero en La Matandeta.
Para tanta gente, hay que empezar el día anterior preparando un fondo madre, en el que metemos carcasas de pavo, que dan mucha sustancia, huesos de ternera, una pata de ternera, corbets de cerdo, huesos de cordero y mucha verdura para perfumar. Con ello se rellenan tres grandes cacerolas.
Al día siguiente este fondo madre servirá para llenar las diferentes cacerolas en el que se cocerán por separado las carnes y las verduras. Blanquet y morilla oreada que no falten. Muchos garbanzos. La pelota, el poltró, se lo compramos a Pepa Palanca en el Mercado Central. Cuando las carnes estén cocidas se vaciarán los caldos, que se volverán a juntar en las grandes cacerolas que después servirán para ir cociendo el arroz por separado según las mesas que vayan entrando. Si el arroz no tiene mucho caldo, olvídense. Porque lo bueno del puchero es el caldo. Pónganle unas gotas de limón y saboreen. Es increible. Un caldo que levanta los espíritus y reconforta el cuerpo.
Hace años que me reconcilié con el pavo. Ahora solo falta que me reconcilie con la Navidad. Buen provecho.



viernes, 14 de diciembre de 2012

COCINAR LA VIDA

A la profesora de Traduction de la Langue: Thème, que es catalana, le hace gracia que mi apellido coincida con el de uno de los personajes de Penja els guants, Butxana, le digo que no es tanta casualidad. Ferran Torrent y yo somos de Sedaví y allí ese apellido, de origen mallorquín, es tan corriente, como en otros sitios Pérez. Mme. Massip ha puesto como lectura en sus clases de traducción de catalán este libro y ha invitado al autor a participar en un coloquio con los estudiantes el próximo mes de mayo. En estas estamos, cuando llegamos a la biblioteca de la Facultad, que últimamente se ha convertido en mi casa.  Paso muchas horas aquí metida, pero he de confesar que es una biblioteca muy pintoresca. La gente come,  habla por el móvil, liga, charla con los amigos. Lo de comer dentro de la biblioteca lo entiendo, porque afuera la temperatura no ha subido de tres grados en toda la semana, pero lo demás... Varias veces al día se oye por el altavoz: Attention! Il faut vous souvenir que vous êtes dans un lieu de travail, respetez le silence! Nada que hacer, la gente a su marcha.
 Pero esta tarde no me quedo, ha salido el sol, después de una semana con lluvia y mi trabajo marcha bien. Solo me queda un examen el lunes con Fred Asteire y desde luego que no va a poder conmigo.
Así que decido dar un paseo y me acerco al Cours Miraveau que está decorado para la Navidad. Lo han llenado de pequeños chalets donde venden artesanía y productos típicos de la Provenza. Al final de la avenida, justo en la zona de la Rotonde Bonaparte han puesto la fête foraine  que por las tardes se llena de niños  Le manège no para de dar vueltas y hay cola para subir a los caballitos y para comprar barba-à-papa.
Cuando se lo cuento a Derek Moxon, mi casero, me mira sin sonreir y me contesta: ¿Y eso te excita? Hombre, no es que me ponga a cien, ¿verdad? pero me gusta oir el jaleo que montan los niños. Donde hay niños, hay alegría. Y sobre todo, me acuerdo de Manuel, ¿quieren que les diga la verdad? De toda la familia, es el miembro que más echo de menos. Paso muchas horas con él, puesto que no somos unos abuelos de visita, sino que convivimos con él y con sus padres. Así que lo he visto crecer día a día y procuro poblar su imaginación de caballeros andantes, saltimbanquis y fonambulistas, antes de que cumpla siete años y el uso de razón acabe con esa inocencia mágica que ahora tiene.
A la hora de tomar la decisión de venirme aquí, fue lo que más pesó en contra: perderme el día a día a su lado, redescubriendo el mundo a través de sus ojos y sus palabras. Pero sin darme cuenta, el cuatrimestre, que aquí lo llaman semestre, ha terminado y no estoy arrepentida para nada de la experiencia. El martes vuelvo a casa y lo hago en el coche de dos chicas, a las que no he visto en la vida, que me recogerán en la Gare routiere de Marsella. Espero que funcionen las sinergias.
Vuelvo a casa a pasar las vacaciones de Navidad, trabajando en La Matandeta y preparando mis exámenes de enero. El día de Navidad tenemos puchero y es un rito para mí prepararlo tal y como lo hicieron antes mi abuela y mi madre, para toda la familia, solo que esta vez la mía es mucho más grande.
A sí que ya saben, si quieren que nos encontremos y les cuente mil anécdotas de lo que he descubierto en Francia, de la gente que he conocido y de cómo se vive aquí, nos vemos en La Matandeta. Hay que seguir cocinando la vida. Un saludo a todos y felices fiestas.



jueves, 6 de diciembre de 2012

EL TREN DE LAS SIETE.

Domingo y es el cumpleaños de Manuel. Hace seis años, tal día como hoy, yo estaba en Marrakech, con Joan Roig . A estas horas, tomábamos  un té perfumado a la  hierbabuena y veíamos pasar la vida desde una terraza que daba a la plaza de Djemaa El Fna, sin que yo tuviera la mínima sospecha de donde me encontraria justo un ano después: En la habitacion de un hospital recibiendo en mis brazos el mejor regalo que me han hecho en la vida.
Cinco años después, la abuela de Manuel está en Francia y se ha perdido su fiesta medieval. El rey Arturo y sus amigos han jugado a las sillas y a los torneos.
Me espera una semana dura. Tengo que preparar una disertación de diez páginas para Fred Astaire, el tema que he elegido: Orson Welles et Citizen Kane: L'auteur et son chef-d'oeuvre. Tengo que redactar cinco comentarios lineales sobre  textos del medioevo francés, que tendré que exponer en un examen oral. No voy a estar para nada, ni para nadie. Pero antes de que me entre la desazón y la ansiedad, propia de esta época estudiantil, aquí les dejo, para que se entretengan, un cuento que escribí y publicó Diario 16 Comunidad Valenciana, el lunes 29 de julio de 1996. Creo que aquel día se vendieron tres ejemplares del periódico. Uno de ellos lo debió adquirir Vicente Torres, aunque por aquel entonces, todavía no nos conocíamos personalmente. Será por eso que me aprecia tanto. Que lo disfruten.



EL TREN DE LAS SIETE.

Para V.J.S. por la amistad de aquellos días.


A las diez y media de aquella mañana de lunes húmedo y aciago, Vicente Servet supo que todo el pescado lo tenía vendido, en expresión marinera de la calle de la Reina, donde había nacido. El universo estaba perdido. Todo, no. Su vida solamente. Así que sonrió con rutina a su secretaria, cerró tras de sí la puerta del despacho, se acercó a la ventana y entretuvo el tiempo unos segundos con el cambio de guardia de los soldados en Capitanía General. Después movido por un resorte inconsciente y mecánico, pulsó el botón del compacto, se acercó al espejo, que a modo de meridiano de Greenwich, partía de forma ecuánime la funcional estancia que durante tantos años lo había cobijado y buscó su mirada en el azogue. Se derrumbó sobre el sofá y sobre sus cincuenta y cinco años.

Siempre fue un niño noblote y tranquilo que se asió al salvavidas de la imaginación y los libros para cruzar la infancia. A los diecisiete años un grave problema hormonal esclavizó su cuerpo hasta el punto de darle una extraña apariencia de trolebús urbano. Diecisiete años y ciento cuarenta kilos de peso. El endocrino no atinaba con el diagnóstico y consolaba a su madre con la idea de que era una cuestión pasajera. Con los años, Vicente conseguirá controlar su metabolismo porque no hay razón física, ni química que expliquen esta obesidad..
Mientras tanto, ahí lo tenías a él: Incontenible en aquel púber continente. Si no fuera por las sesiones dobles del cine Astoria, se habría muerto de tristeza. Era la edad del pavo: Los chicos con las chicas y a Vicente lo utilizaban como diana en que estrellar toda su energía de gallitos.
Hasta el verano en que descubrió la Estación del Norte. El padre trabajaba en Renfe y se ocupaba 
de organizar el transporte de las mercancías. El factor Servet pensó que al chico le vendría bien el trajín de los paquetes y las carretillas. El hastío veraniego, sería mejor llevado con un poco de ejercicio que hiciera bajar al ensimismado Vicente de su columpio nebuloso.
Su buen conformar le ayudó a fabricar, paquete va, paquete viene, un mundo nuevo, lleno de presencias que parten y guiones viajeros. Una ciudad, dentro de la ciudad; gente que se mueve y nunca llega a ninguna parte; encuentros fugaces y eternos desencuentros; merodeadores a la búsqueda del azar. Además, era tan bonita la fachada de la estación, que varios momentos al día, la fantasía se le colgaba del cuerno de la fortuna o de los buenos deseos de viaje impresos en cerámica que surcaban la entrada, a modo de despedida.
A las seis y media de la tarde, el calor acumulado durante el día y el volumen propio de su cuerpo jugaban una mala pasada al muchacho que comenzaba a desfallecer. En esos casos, eludía el  malestar físico volviendo a las ensoñaciones como salvoconducto. El tren más concurrido de la tarde partía a las siete y era precisamente cuando Vicente se empeñaba a fondo. Su inagotable imaginación empezó a idear que en ese tren alegre y repleto de humanidad, viajaban sus actores favoritos. Estrellas rutilantes que en la penumbra del cine Astoria le habían ayudado a sobrellevar su propia mole, mucho más que el endocrino. 
A lo lejos divisaba a un enigmático James Dean con la mirada estrábica y extraviada, acercándose sin ganas al tren de las siete, mientras a duras penas sostenía un cigarrillo en la comisura del labio derecho. Gary Cooper aparecía  por la puerta de la derecha con un gran baúl que portaba en una carretilla un botones negrito salido directamente de Imitación a la vida, detrás venía Lana Turner, que no quería perderse el estrellato de esta versión de Douglas Sirk. El tímido y huidizo Monty subía al tren por el vagón 22. También estaban James Cagney, Richard Burton con su inseparable petaca de Bourbon, que de cuando en cuando ofrecía a un Humphrey Bogart, hablando entre dientes. Los hermanos Marx hacían de las suyas y convertían su compartimento en una nueva versión del camarote. 
En ese preciso instante en que los altavoces anunciaban la inminente partida del tren de las siete, justo en la ventanilla que tenía enfrente, aparecía ella. Con sus hermosos ojos violeta, una sonrisa comprensiva y un elegante vestido en satin, que ceñía su talle. Si esa Cleopatra surgió del Nilo y de los estudios de la 20Th Century Fox, ella se asomaba desde el compartimento del tren de las siete, bajaba el cristal y murmuraba unas palabras, que Vicente nunca llegó a descifrar, a la vez que con una mano le invitaba a subir. Cuántas tardes de aquel verano estuvo en un tris de seguirla, de comprar su propio billete hacia el viaje de la vida. Hasta entonces y hasta mucho tiempo después jamás sintió con tanta fuerza el peso de un deseo, que se convirtió en algo físico, palpante y lacerante. El único deseo de aquella adolescencia deforme e inevitable. 
Y por fin sucedió el milagro. En las Navidades de sus veinte años, su cuerpo comenzó a menguar y sintió la misma liberación que un preso al romper su condena. El estúpido endocrino no se había equivocado y el reloj biológico había arrancado  de forma acelerada y sin bajar el ritmo. A la vuelta del servicio militar, un atlético y apuesto Vicente Servet abrió las maletas en una pensión de Madrid, dispuesto a estudiar peritaje mercantil, en el mismo instante vital en que Said abría en la misma ciudad su equipaje emocional. Fue el único amor de su vida, un marroquí de piel aceituna que recalaba, tarde sí, tarde no, en los bares cercanos a la escuela.  Pero Said se esfumó como lo hicieron los años de estudio y de juventud. Se sucedieron otros amores, hombres y mujeres que ya marcaron un compás a destiempo. Recurrió al trabajo como tarea monótona para colmar la vida. Como aquel niño noblote y tranquilo que una vez fue, se convirtió en un vendedor de seguros paciente y trabajador. Y ascendió y ascendió... Y los años, poco a poco, se le fueron burlando.
El viernes se lo había anunciado la secretaria: El señor Harry estará aquí el lunes a primera hora, quiere verlo y no volverá a llamar.
El señor Harry director para Europa de Spencer & Spencer, primera multinacional de seguros para vehículos abrió lentamente la puerta del lunes, a la vez que lo hacía de la sala de juntas. Su español había mejorado notoriamente desde la última reunión que habían mantenido. Servet estamos muy contentos con su trabajo, tanto que hemos decidido gratificarle adelantando su jubilación, junto con un extraordinario plan de pensiones. Emolumentos, incentivos, reconocimiento. Eufemismos. Gente joven,  nuevos planes de marketing , cachorros agresivos, estrategia de empresa.
En ese momento de la mañana del lunes, derrumbado sobre el sofá y sobre su vida, el deseo reapareció, físico y vivo, como si no hubiera transcurrido el tiempo hasta entonces. Lleno de rabia e impotencia, como hacía años que no sentía, le escupio a la cara delante del espejo, con un dolor asfixiante repleto del sabor del tiempo perdido. Sin perdonarse, se preguntó por qué cojones no se subió aquella tarde, cualquier tarde del verano y de la juventud perdida al tren de las siete.

viernes, 30 de noviembre de 2012

DE CINE Y ALGO MÁS

El profesor de Analyse du film es un hombre guapo, guapo. June, a mi lado, enarquea las cejas. Disculpa, pero a mí solo me interesan las señoras. Tiene el pelo muy oscuro y un corte a lo Alain Delon cuando compartía baños con Romy Schneider en La Piscina. Si sonríe se le hacen chirivitas en los ojos, como Rod Hudson en  las películas con Dorys Day. Un cuerpo proporcionado y bien formado, a lo Charles Heston castigado a remero en  Ben Hur. Si te diriges a él, emplea toda la diplomacia de un David Niven en Cincuenta y cinco días en Pekín. Pero su debilidad, su verdadera vocación es Fred Asteire.  Cuando nos pasa en sus clases extractos de  películas como Escuela de Sirenas, Un día en Nueva York, Un americano en Paris, sus pies no están quietos un momento, llevan el ritmo, también tararea las canciones. Un galán de cine de los que ya no te encuentras. Lástima que antes le daría una cita a mi marido que a mí.
Hoy vamos a analizar el cine de Ernst Lubitsch: To be or not to be, Ninotchka. Con la Garbo, Fred Astaire se emociona casi hasta las lágrimas. En cualquier momento le ocurrirá lo mismo que a Mía Farrow, en La Rosa Púrpura del Cairo, que desde la pantalla lo inviten a entrar en la historia.
La última parte de la clase la dedica a darnos las notas del exámen de la semana pasada, que consistía en decoupage filmique, cèst-à-dire, nos puso un extracto de El crepúsculo de los dioses, con Gloria Swanson y William Holden. Había que anotar todos los planos y secuencias: Plan americain, Joe avant la ville regarde avec curiosité. Travelling avant colises, cortines, Norma regarde avec lunettes noires Max. Plan Moyen, Max ouvre la porte et appelle Joe... Y así todo el rato, a una velocidad de vértigo.
Nos da las notas:  Un diez, nos ha puesto a las cuatro; es decir un cinco, porque aquí puntuan sobre veinte. ¡Será miserable! ¡Un cinco! ¡Será salop! Este hombre es un con. Con esa nota se va a cargar la media de mi expediente académico. D. José Molina, del Colegio Sedaví decía que el seis estaba más cerca del suspenso que del notable. ¡Ni te imaginas dónde está el cinco! A mí eso del decoupage no me sale, si al menos se tratara de hacer un coupage, lo que me echen, igual me da Rioja que Burdeos.
Pero eso de ir diciendo los cortes que se le han ocurrido al director, como si estuviéramos en una carnicería, que no, que no. A mí que me pregunten por la vida de los artistas y citas fílmicas que me se un montón. Si lo llego a saber no vengo.
Cuando termina la clase nos acercamos a él: Oubliez la note monsieur, oubliez, s'il vous plaît. Ah! mesdames, encore on peut arranger les choses, encore!
¿Sabes que te digo, June? Que no era tan guapo.




M. Quefelec el profesor de Lingüístique: Variations du français en francophonie, tiene un dilema.
Necesita hacernos unas fotocopias de su ponencia sobre el francés en l'Afrique noire, pero la Universidad Aix-Marseille tiene un déficit de veintisiete millones de euros y no les queda dinero para hacer fotocopias, según nos cuenta. Bueno, pues que cada alumno pague las fotocopias de la ponencia, le sugiero. Mais non, madame, ça serait un délit. ¿Un delito, por qué, si no se trata de fotocopiar ningún libro, sino la ponencia cuyo autor tenemos delante y está de acuerdo? Sería un delito porque la Universidad no puede cobrar las fotocopias a los alumnos: Se supone que con el pago de la matrícula, los alumnos tienen derecho al material que necesiten, incluidas fotocopias. Pero la Universidad Aix-Marseille tiene un déficit de veintisiete millones de euros, según nos cuenta M. Quefelec, por tanto no tienen dinero para hacer fotocopias. No, nos las pueden cobrar porque sería un delito y no nos las pueden hacer, porque no tienen dinero.
Conclusión: Nos quedamos sin la ponencia sobre l'Afrique noire, de M. Quefelec.





Hace dos  sábados tuvimos exámen de Littérature classique française. El tema, dos libros del siglo XIII, Lancelot du Lac, primer libro de la literatura francesa escrito en prosa, y Merlin de Robert de Boron. Tendremos que elegir entre hacer un comentaire composé o une dissertation. Tenemos cuatro horas . A mi lado, Gabrielle, una joven alumna francesa de veinte años, se queja de que no le va a dar tiempo, si elige la disertación. Me dice que ella está acostumbrada a redactar las disertaciones con un tiempo de seis horas. ¡Virgen del Perpetuo Socorro! Con seis horas de disertación sobra tiempo para acordarse de la madre de Descartes que inventó el método.
Llega la profesora y nos reparte medio folio con las dos cuestiones, a elegir una. Todo el mundo se pone a escribir le brouillon. Pero... ¿Cuándo reparten aquí los folios para contestar al exámen? ¡No, no reparten folios! Me espeta Gabrielle. Los folios te los traes tú de casa. Voy a la profesora y le digo que desconocía esta costumbre francesa de los folios. Desolée, me contesta, ella tampoco tiene ni un folio ni medio en blanco. Recurre a Ineeke, una Erasmus belga que está sentada en la primera fila. Si ça  ne vous derange pas... Madame n'a pas de papier pour l'examen.
Madame está alucinada. Es la primera vez en mi larga vida estudiantil que me encuentro con una situación como ésta. La quinta potencia económica mundial y los alumnos se traen los folios de casa para los exámenes. Conozco a más de uno en Valencia que sería el rey del mambo dando el cambiazo. Su nota no iba a bajar de matrícula. ¡Serán ingenuos estos franceses!


Los viernes es un día tranquilo en la Fac, muchos alumnos no tienen clase. Las aulas y los laberínticos pasillos están prácticamente vacíos. Yo solo tengo dos horas. Una de Literatura Latinoamericana y hora y media después, otra hora de Literatura española.
Hoy acabamos las clases, pero tenemos que adelantar unos comentarios, así que Ineeke y yo hemos decidido quedarnos en la biblioteca a trabajar un rato.
Pero antes necesito ir al lavabo, así que le digo a mi joven compañera belga que me espere a la salida de la Fac y emprendo la búsqueda de las toilettes.
Elijo el largo pasillo que queda a mi derecha, voy atravesando puertas, aulas vacías cerradas. Ni rastro de los lavabos; otro pasillo, ahora hacia la izquierda, ahora otra vez hacia la derecha del laberinto y yo sin haberme traído el hilo de Ariadna. No me cruzo a nadie, no tengo a quien preguntar. Sigo andando y la cosa empieza a ponerse urgente. ¿Por qué será tan difícil realizar las funciones fisiológicas en este país? Vas al Monoprix, no hay lavabos, entras en el Casino Supermarché, tampoco. Te detienes en FNAC, se les olvidaron. Verter aguas mayores y menores en este país es una auténtica Odisea. Empiezo a sudar. Gotas por arriba y gotas por abajo, doblo las piernas y me tapono con una mano, ¡Dioses del Gineceo! Si  ya me lo dijo el Barbas: "Nena, haz ejercicios pélvicos, que lo tuyo es muy fuerte". Nada, que no hay manera, en cualquier momento voy a reventar. Estoy dejando reguero, menos mal que no viene nadie. De pronto, a mi derecha la puerta abierta de un aula vacía, en la entrada a la izquierda, una papelera con una bolsa de basura negra. Entro y cierro la puerta de un manotazo. Me siento. Ni Peter Sellers en El guateque, tuvo una escena como ésta. ¡Qué a gusto me he quedado!. Pero ahora me da la risa, un auténtico ataque de risa. Voy de parte a parte de los pasillos doblándome de la risa, por la situación que acabo de vivir. ¡Qué irreverente la abuela de Manuel, en los templos de la sabiduría! Me cruzo con un profesor muy circunspecto, pero yo sigo con mi risa. Debe pensar que estoy fumada o algo peor. Llego hasta el hall, al final de la escalera me espera Ineeke. Recompongo el gesto. Hasta luego.












jueves, 22 de noviembre de 2012

LA COCINA DE HIBERNIA


Rose Prenderville se parece físicamente a Meryl Streep. Es una mujer elegante, no solo porque vista bien, sino porque tiene un corazón generoso y desprendido. Nos conocimos la primera semana de clase. Yo todavía andaba por el laberinto facultativo sin aclararme y ella arrastraba una maleta con cara de no entender dónde se había metido.
Recuerdo que abrió la puerta de la clase en la que yo estaba y la profesora salió a ayudarla. Esta mujer no se aclara, ha llegado de Erasmus desde Irlanda y no entiende nada. Y quién entiende algo aquí, le respondí yo a la profesora.
Esa misma tarde nos volvimos a encontrar, en una clase de traducción. Estaba sentada detrás de mi.
Me disculpa, no tengo papeles. La invité a sentarse a mi lado y empezaron a funcionar las sinergias.
Se le ha ocurrido que como el jueves 22 es mi cumpleaños, lo celebremos en su apartamento de Gral. Gambetta, el domingo anterior. Es de agradecer, el sábado tengo un exámen de cuatro horas, andamos disertando...
Habían anunciado lluvia, pero el domingo luce un sol espléndido. Me he acicalado para la ocasión con el pichi que me compré en Bérgamo, en aquel viaje con Pilar Ortí.
Llego al Apparthotel Atrium donde vive Rose con diez minutos de antelación y las encuentro muy nerviosas porque creen cocinar para una profesional.
Para empezar nos tomamos de aperitivo un fuet de Requena que he traido y Liz abre una botella de 
champagne Langlaise que compraron ayer.

El primer plato que han preparado consiste en unos blinis con queso a las finas hierbas Boursain y salmón marinado. Para entonces ya tenemos en la mesa una botella de rosado peau d'oignon que les digo yo. Quieren saber Rose, June y Liz, mis tres amigas Erasmus, por qué estoy aquí, como si yo no pensara que resulta mucho más interesante conocer sus motivaciones.
A fuerza de pasarme la vida haciendo lo que era necesario y se requería de mí, se me habían quedado por el camino, las cosas que más me importaban. No se trataba de que me hubiera pasado la vida criando una familia y sin salir de casa. No, el asunto era bastante más complicado.
Había hecho una familia, había trabajado toda mi vida. Pero en realidad, me había dedicado a fabricar las circunstancias para que los demás pudieran ser felices, o al menos, no se sintieran tan desgraciados. Siempre le inyecté mucho entusiasmo a todo lo que hago, pero ese entusiasmo acaba volviéndose contra mí.
En un lugar muy, muy escondido de mi interior quedaban las cosas que realmente me importaban, como si fuera una vergüenza sacarlas a la luz. Uno se puede pasar la vida aparentando lo que no es, pero cuando cae el telón, hay que quitarse el maquillaje y mirarse con la luz de las candilejas.
Me preguntan si fue muy difícil tomar la decisión y les digo que no. Que la vida va por etapas y hay que saber cuándo está acabando una para empezar con otra. Toda mi vida ha sido así, por etapas. 
Les recuerdo el diálogo entre Alicia y el gato de Chershire:
"¿Qué camino tomaré?- le preguntó Alicia al gato de Chershire.
"Eso depende de a dónde quieras ir".
"A cualquier parte, con tal de salir de aquí", respondió Alicia.
"Entonces es fácil, se trata de que camines lo suficiente", dijo el gato de Chershire.
Se trataba de caminar lo suficiente hacia mi interior.
A fuerza de intentar sobrevivir, me habia perdido de vista.
Ya era hora de reencontrarme.
Llega el segundo plato a la mesa. Han preparado un rollo de ave con queso azul, alabardado con tocino. Lo acompañamos de ensalada verde con tomates cherry y pepino.
June me enseña una foto. Es la primera vez que habla abiertamente delante de mí de su homosexualidad. En la foto aparecen cuatro mujeres. De izquierda a derecha, una señora de más ochenta años, con un traje chaqueta, rotundamente en rosa, a lo Barbara Cartland, el pelo rubio y cardado, una camisa de seda en tonos verdes. La mirada y la sonrisa de alguien que tiene en la vida los deberes cumplidos. A su lado una adolescente, fresca, jovial y rubia. Al otro extremo una mujer de nuestra edad, francamente atractiva. Entre las dos, June, con un traje chaqueta de hombre y corbata a rayas. Con los brazos extendidos, las abraza. Su hija y su compañera, un poco más allá su madre. Las mujeres más importantes de su vida. Se la ve feliz, sonríe, todas lo hacen, cada una a su modo y con su historia.
Esa es la última vez que June vió a su madre con vida.  Era la boda de su ahijada. June y su madre bailaron durante parte de la fiesta. La mujer mayor, vestida de rosa; su hija, a lo Frida Khalo.
Tres semanas después, June ya estaba en Francia, su madre murió. La encontró una hermana por la mañana, plácidamente dormida. June estaba muy unida a su madre. La tarde se está poniendo emotivamente tensa. Como sigamos así, acabaremos llorando. Así que cuando me preguntan cómo conocí a mi marido y les relato la historia quieren saber por qué me decidí, siendo como teníamos ambos pareja y planes de futuro. La cama, señoras mías, fue la cama. Entre los dos caballeros, no había color. Irrumpimos en carcajadas y el aire tenso se resquebraja. Nos dedicamos a enunciar todas las expresiones picantes que aprendimos desde que estamos aquí:
Putain! Cet homme bonde!; Taiser la pipe; la chatte; suser; 
Pero, además somos de letras y no se nos da mal la redacción:
Hier soir, ma copine a tout de suite
compris où je voulais en venir, en même temps , je lui avais mis le prépuse à l'oreille.
Ma femme dit que je baisse comme un lapin.Mais je ne vois pas comment elle peut me juger en 20 secondes.

Elisabeth Dolores Doodley es mi tocaya. No sabe por qué le pusieron el segundo nombre. Tal vez, porque nació a finales de marzo y ese año la Pascua cayó muy alta. Ha vivido varios años en Estados Unidos y nos cuenta anécdotas de su vida allí. Y de Australia donde estuvo varias veces porque una hermana suya, ya fallecida, residía allí.
Rose está preocupada. Su hijo mayor trabaja en el Congo, en Coma, con Médicos sin Fronteras. Y todos conocemos las noticias. El segundo hijo vive en Inglaterra donde ha formado una familia. Las gemelas están repartidas. Una estudia en Londres, la otra en Dublin y vive con el padre, Bill.
Sin darnos cuenta, ha caido la tarde. A Rose le duelen las cervicales, tiene una lesión crónica de una caida de sky. Mejor será que vayamos pensando en retirarnos, no sin antes un último brindis:
¡Vivan las ERASMUS plus agées! ¡Viva Shirley Valentine!

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viernes, 16 de noviembre de 2012

DE LOS PASEOS

A Derek Moxon, mi casero, no le gustan las ostras, pero no rechaza una copa de cava Dominio de la Vega de la botella que acabamos de abrir para acompañar la docena que nos trajimos de Bouzigues. Dice Rafa que no se siente cómodo en la casa, que no entiende lo que dice el inefable inglés. Le contesto que no se queje, al fin y al cabo me tiene a mí de guía y lazarillo. Mucho peor lo pasé yo las tres primeras semanas. No sabía si le molestaba, si estaba contento, si quería que me quedara o que recogiera mis cosas. Una tarde... En la vida todo consiste en saberse amoldar a las circunstancias. Nos lo advirtió nuestra amiga Carina Moya: sois extranjeros en Francia y estáis en casa de un inglés, con lo cual, sois doblemente extranjeros.
Los jueves solo tengo una hora de clase y además es de traducción del francés al español.
Así que je prends le jour de congé y nos vamos a Cassis, a hacer una randonnée par les Calanques
Es un día magnífico, luce un sol de otoño que todavía broncea y no somos los únicos que hemos tenido la feliz idea.
La primera calanque  es la de Port Miou, que en provenzal significa Puerto Bonito, tiene una extensión de kilómetro y medio y es la única accesible en coche, por lo que muchas randonnées parten de aquí. Esta calanque puede llegar a albergar seiscientos barcos.
Todavía podemos apreciar en frente de nosotros las huellas de la vieja cantera, que hasta el año 82 siguió funcionando.
Aunque parezca increible, los franceses todavía no han declarado Parque Nacional esta hermosa zona, donde el mar y la montaña juegan al escondite. 
Leo en la prensa de esta misma semana que una fábrica de Garanne sigue virtiendo resíduos a trescientos metros de esta calanque.
La siguiente calanque es Port Pin, dos horas de caminata nos separan una de la otra.
Hay que sudar por les cailloux. Nos cruzamos a muchas familias con niños. Para los escolares las vacaciones de la Toussaint son dos semanas, así que hasta los abuelos han aprovechado el magnífico día. Montaña hacia arriba, ascendiendo me acuerdo de mi suegra cuando me decía: "Hija mía, ahora no se os nota la diferencia de edad, pero espera que pasen los años". Así ha sido. Montaña hacia arriba a mí cada vez me pesa más el culo y Rafa está hecho un mulo. Y pensar que hace tres años caminaba diez minutos y se tenía que sentar porque se ahogaba. Lo que pueden hacer la voluntad y las ganas de vivir.

A las tres bajamos hacia Cassis para recoger el coche y nos vamos al Cap Canaille, antes de que caiga la tarde. Sus vistas bien merecen unas vueltas por la route de crêtes. Hay una pareja escalando y Rafa se queda observándolos. Son de la vieja escuela, escalan con elegancia.
El día se acaba y hay que volver a Aix.
El viernes yo tengo clases y Rafa aprovecha para acercarse a Lourmarin a visitar a Carina que lo espera en su tienda.
Pero el sábado nos vamos de excursión otra vez. Vamos a piqueniquer con mis amigas irlandesas. Llevamos jamón de los pedroches, fuet catalán, chorizo de cantimpalo, mallorquina y vinos de Antonio Herráez, ¡menudo festival en las faldas del Luberón!. Pero no deja de llover ni un solo  minuto del día, así que las chicas, que es la primera vez que visitan la zona se tienen que conformar con una vuelta panorámica. No podemos bajar del coche ni siquiera para hacer una foto del castillo del Marqués de Sade en Lacoste.
Realmente ha sido un día pasado por agua.
Habrá que volver a estos pueblos de la Provenza, a la menor excusa, para ir tomando matices. El otoño ha difuminado las hojas de los árboles llenando el paisaje de ocres, marrones, pero no podemos hacer fotos. Comemos en Rousillon y volvemos a Aix, antes de que anochezca.
En Puyricard Derek Moxon nos cuenta que él también se ha mojado lo suyo al llevar a Lila, la jóven china que vive también en su casa, a la gare de routiers.
Le proponemos una comida de despedida para el día siguiente, un arroz meloso con pollo y verduras. Pero nos contesta que no le gusta la cocina española. Sin embargo, tiene en el congelador un sauté de sanglier que le trajeron por equivocación y que él no sabe preparar.
Pero ¡Madre del Amor Hermoso! Este hombre no se ha enterado todavía de que se encuentra entre profesionales de la cuisine.
Así que nos disponemos a preparar un ragut con el jabalí, para el día siguiente y nos acordamos de lo que decía el malogrado Leoncio del Aperitivo Bar de Godella: "Yo al jabalí le pongo de todo, hasta manzanas y la gente me dice ¡qué buenas estaban las patatas, Leoncio!".

Doramos los trozos de jabalí en un aceite de oliva  variedad arbequina, le añadimos cebolla cortada a dados, un poco de pimentón de la Vera,  y una botella de Bordeaux peleón que tiene abierta Derek. Cuando reduzca añadiremos agua, nabos, zanahorias apio y dos manzanas Granny Smith en honor a Leoncio. Al día siguiente prepararemos un arroz pilaf hecho con bomba que también trajimos.
Esta vez Derek no dice C'est pas mal, como de costumbre, sino C'est très bon!
Nos bebemos un rouge del Luberon y la conversación se anima. Derek está a gusto y nos cuenta anécdotas de sus anteriores inquilinas.
Al final de la tarde el Sr. Gálvez y Mr. Moxon habrán descubierto que tienen algo en común: A ambos les gusta Francia, pero no los franceses.
El lunes mi marido vuelve a Valencia y yo a meter la cabeza entre los libros.
C'est la vie, mes cheris, c'est la vie.

jueves, 8 de noviembre de 2012

VICIOS GASTRONÓMICOS.

Dos meses y un día después de salir de La Matandeta, regreso a casa para comprobar que el niño ha crecido, mi marido está más delgado y más guapo, mi hija ha madurado y mi yerno  se sale con las Jornadas Gastronómicas de la Siega del Arroz. Este chico llegará lejos, tiene para ello dos cualidades importantes: es humilde y trabajador. Y que conste que no es pasión de suegra que para algo una entiende en la materia.
No hay nada como marchar lejos para valorar lo que tenemos tan cerca.
Apenas tengo tiempo de quedar con una amiga para cenar y celebrar su cumpleaños, visitar a otros, cumplir con mis ritos, arreglar papeles y firmar trámites. Prácticamente en seguida tengo que volver a Francia, pero esta vez lo haré en coche y acompañada de mi marido, que se quedará conmigo una semana en Aix.
Salimos por la mañana y nuestra primera etapa será Cardona. Mi marido prepara un curso sobre sales del mundo, así que vamos a visitar esta histórica ciudad catalana y su mina de sal.
Los señores de Cardona, llamados "reyes sin corona" ya explotaban y disfrutaban las riquezas derivadas de la montaña de sal, auténtica maravilla de la naturaleza conocida desde el neolítico.
Es la primera vez en mi vida que entro en una mina, aunque esté abandonada.
Conocemos la historia de la montaña de sal a través de la guía que nos acompaña.
La mina fue explotada durante el siglo XX por la empresa Unión de Explosivos, hasta que en los años 90 dejó de ser rentable: había que excavar hasta mil trescientos metros y trabajar a temperaturas de cincuenta grados. Actualmente, las sales de potasa y magnesio siguen siendo extraidas muy cerca de aquí, en Súnia. Pero la mina de Cardona se ha convertido en un Parque Cultural e Histórico de primer orden, que bajo el lema de "La Sal de la Historia" sigue atrayendo a miles de visitantes, como podemos comprobar en esta mañana de sábado.
El paisaje, el contenido histórico, merecen la visita a Cardona. Pero además hay más intereses que nos mueven, así que nos vamos a comer a la Pensión Cardoner, donde la cocina catalana contundente se impone.
Elegimos un ragut de jabali con setas,  una esqueixada, unas manitas de cerdo y los caracoles de la iaia que nos recomienda su nieta que atiende el comedor.
¡Dioses del Olimpo Gastronómico! ¡Qué caracoles! Desde que murió mi padre no había nada que se asemejara a los suyos. Pero estos no desmerecen en nada. Le pregunto a la señora, cómo los prepara y cuántos años tiene la iaia, que trasiega por la cocina.
La edad de la iaia es de ochenta y dos u ochenta y tres años, no me sabe precisar; en cuanto a la receta de los caracoles, dice la nieta que ni siquiera ella la sabe: una mica d'aquí, una mica d'allà.
Hemos comido muy bien, en Cataluña siempre se come bien. Tienen materia y sobre todo gusto. Para cocinar y para comer.
A la salida, vemos a  la iaia en la casa de en frente, sentada en el balcón, haciendo ganchillo con los retazos de sol de la tarde.
  Hola, ha fet vosté els caragols? Le grito.
 Què, li han agradat? Me contesta.
 Moltísim, estaven molt bons.
Sap perquè estaven tan bons? Per a que tornen.
Sí, però com els ha fet?
Ah! Una mica d'aquí, una mica d'allà.
Me lo creo. No se trata de que no me quiera dar la receta, sino de que ni ella misma la tiene.
Me pongo en su lugar y me puede la deformación profesional: Sofreir en buen aceite un poco de ajo, pochar un poco de cebolla, unos tacos de jamón, harina, un poco de guindilla, la justa, y echar los caracoles. 
Al comerlos los labios se pegaban, eso significa que hay colágeno en la salsa ¿De dónde, puesto que los caracoles no tienen? Lo más probable es que la iaia al cocinar, vaya cogiendo caldo de las distintas ollas que en ese momento se preparan en los fuegos: ragut de jabalí, manitas de cerdo estofadas, jarrete de ternera. Con ello consigue trabar una salsa donde mojar pan como dioses. Ya saben, una mica d'aquí, una mica d'allà.
Seguimos ruta y dormimos cerca de Perpiñán. El domingo por la mañana la temperatura ha cambiado y el azul  del cielo pierde fuerza y se apodera el gris.
A la altura de Sète, mi marido me pregunta si quiero  entrar en la ciudad de Brassens; pero la visita del mes de agosto fue un poco decepcionante. Hacía mucho calor y los turistas pululaban por todas partes. Ha cambiado mucho Sète desde nuestro primer viaje, hace veinticinco años. Se ha construido a mansalva y la ensenada marinera ha perdido gran parte de su idiosincrasia para asemejarse, cada vez más a cualquier parte del globo turístico. Ya lo canta Sabina: En Macondo comprendí que al lugar donde fuiste feliz, no debieras tratar de volver.
Seguimos ruta y de pronto nos aparece Bouzigues. ¡Las ostras de Bouzigues! Las que me comí en el mercado de Apt, ante la feliz mirada de Pilar Ortí. Las que me recomienda todo el mundo en Aix.
 Estamos ante una parada obligatoria. Visitamos uno de los criaderos de ostras. Una docena del mejor calibre cuestan seis euros y nos compramos una cajita. Hay ostras por todas partes y resíduos también.
Nos acercamos hasta el pequeños pueblo marinero. El ambiente es tranquilo, familiar. Hay embarcaciones de recreo amarradas en el bassin. En frente se divisa Sète, con sus edificios. Pero esta es otra historia, que hemos descubierto por casualidad. Así que  una parada y comemos ostras.
Una ostra en la boca es como tener en ella el sabor del mar. Me encanta esa textura metálica, yodada, el agua que se desprendre, su salitre. Todavía no he podido olvidar la primera vez que me comí una. Era el aniversario de boda de mis padres y el lugar, el restaurante, ya desaparecido, La Garrofa. Yo tenía quince años, pero aquel sabor me sorprendió. 
Una ostra, el sabor del mar en la boca, que conste que la metáfora no es mía, sino de Anthony Bourdain,
que también recuerda su primera experiencia con ellas en Confesiones de un chef.
Ha sido una comida inesperada, en uno de los restaurantes, en frente del estanque. La persona que nos atiende es agradable y trata de expresarse en español. Comemos ostras, cómo no.
Me cuenta Rafa Gálvez que al emperador Tiberio le encantaban las ostras, tanto que llegó a comerse de una sentada cien. Yo podría haber rivalizado con el emperador, claro que a consta de perder la cabeza, porque le hubiera ganado en el ágape.
Bueno, les acabo de descubrir una de mis debilidades:  mi pasión por las otras. Las de Bouzigues, Olerón, las gallegas, las de Arcachon, La Rochelle, Cancale... A por cierto, tengo una anécdota con estas últimas.
En otro viaje a Francia, hace unos quince años, llegamos a Cancale, famoso también por sus criaderos de ostras. Las vendían por todas partes y de todos los calibres. En una de las tiendas había un enorme y maravilloso ostrón. Me lo compré, todavía está por casa la foto que me hizo mi hija al comérmelo y mi cara de estupefacción: ¡Sabía a gasoil! Así es la vida, siempre esperando un sueño y cuando llega... te sabe a lo peor.
Regamos la comida, con un rosado de la zona, estos rosados de color piel de cebolla que se dan en la Provenza, y decidimos que este ágape forma ya parte de nuestro Manual de comidas inolvidables. Como aquellas sardinas de Portimao, en el muelle y con la familia de Mari Carmen Minguet; o aquella de Les Fonts de l'Algar, con los Bellver. Es curioso, cómo selecciona la memoria sus recuerdos. No nos acordamos del menú de aquel tres estrellas Michelín, pero sí de unas sardinas hechas a las brasas de carbón por un viejo marinero, allí en el puerto, con ensalada de lechuga, pequeñas patatas hervidas y vinho verde.
Y puestos a hablar de recuerdos culinarios y amicales, a nuestra llegada a Aix, nos sorprende y nos entristece la llamada de Xavier Marí: Ha muerto José Luis, el marido de Pilar Taberner, una de nuestras amigas de la Asociación Gastronómica Fòc i Casola , de la Vall d'Albaida.
Entonces la memoria se enfría y se transforma. Cuántos buenos recuerdos: La noche del Menú Sorolla, en La Matandeta, con todos los amigos y Pilar entre ellos. Qué noche la de aquel día: la fiesta no estaba en el comedor, sino en la cocina.  La cena para celebrar el bautizo de la Infanta Leonor, en casa de Joan Micó. Cómo me gusta Enric Cerdà i su Sermó de les Cadiretes. La cena del puchero de Navidad, también en La Matandeta, José Luis cambiándonos billetes de Lotería y Pilar haciéndonos reir con su sketch del calvo de la lotería.
O la cena que este agradable matrimonio nos dió en su casa de La Molineta, en Ontinyent.
Y la última vez que nos vimos, hace un año, en la presentación de la cerveza artesanal, en Ontinyent, en el palacio de la Duquesa de Almodóvar. Pilar ya seria, y Teo Mora sacándonos una sonrisa con su ocurrencia de convocar una cena por el XXV Aniversario de Fòc i Casola, para sortear al final de la misma las escrituras del palacio. Esa noche no hubo cena, con la crisis todos estábamos retirados en los cuarteles de invierno.
Cuántos buenos momentos compartidos. ¿Te acuerdas, Rafa Calabuig?¿Te acuerdas, Raimon Tortosa?¿Te acuerdas, Ana Belda?
No podremos estar con Pilar, acompañarla y reconfortarla, como estará toda la gente de Fòc i Casola.
Pero brindemos por ella, por todo lo vivido y hasta siempre José Luis.




miércoles, 24 de octubre de 2012

LAS FLORES DE MI MADRE

En Francia, la fiesta de Todos los Santos se sigue llamando Toussant y no veo mucha convocatoria de vísperas a fiestas de disfraces y calabazas encantadas. Quizás sí en  Bretaña, puesto que la tradición es de origen celta, implantada por la emigración irlandesa, obligada por las hambrunas, en Estados Unidos y Canadá y que ha vuelto a Europa para descubrirla en España, recientemente.
Así que por la Toussant, en Francia tenemos una semana de vacaciones los escolares y los estudiantes universitarios. Y todo el mundo se prepara a disfrutarlas.
Es el tiempo que aprovechan los Erasmus para viajar y conocer Europa. Unos irán a visitar a otros compañeros dentro del territorio francés, otros preferirán la randonnée en la Sainte Victoire y los más, disfrutar de los vuelos baratos para acercarse a Berlín o Pádova.
Yo vuelvo a Valencia, aprovechando los últimos vuelos de Ryanair que cierra la línea desde Marsella el próximo día seis hasta la primareva.
Y vuelvo a Valencia, con ganas de ver a la familia y a los amigos y con la obligación de cumplir con una cita.
Verán, para alguien como yo de convicciones agnósticas, hablar del más allá o de la otra vida, no tiene ninguna consistencia. No está en la lista de prioridades hacer las cosas bien, porque nos las compensarán en la otra vida. Hay que vivir ésta lo más intensamiente posible y procurando no molestar a nadie, aunque siempre no se consigue.
Es decir, después de llegar como caballo reventado a la meta de esta vida, no espero laureles, ni recompensas. 
Sin embargo, déjenme que les cuente, a esta hora intempestiva de las cinco de la madrugada, que viene siendo para mí una hora perfecta para reintegrarme en el mundo de los vivos, qué me ocurre con la muerte, con una muerte muy cercana que ocurrió hace treinta años: la de mi madre.
Cuando era niña pensaba que lo peor que te podía suceder en la vida era que desapareciera tu madre, porque todo tu mundo se vendría abajo. Ya lo veía yo en otras niñas, en los cuentos, en las historias y en la vida que intuía.
Y eso precisamente es lo que ocurrió. 
Mi adolescencia se estrenó con la certeza de que mi madre estaba sentenciada a muerte.
A esa época terrible de inseguridades en nuestra vida, de cambios fortuitos y de descubrimiento del mundo, la acompañó esta tragedia. Ya nada volvió a ser igual en mi mundo. Su muerte lo derrumbó como una pantanada. Hubo que volver a reconstruir el espacio y su hábitat.
Mi madre y yo siempre estábamos discutiendo. Ahora lo veo como las disquisiciones típicas de la juventud, frente al orden establecido. He vuelto a pasar por ello con mi hija, pero claro está desde otra perspectiva. Pero nuestra relación se rompió ahí. No tuvo continuidad, ni más etapas. La quebró su muerte.
Durante mucho tiempo tuve el empeño de vivir más años que mi madre, superarla en el tiempo. Pensaba que era una obsesión mía, pero cuando he conocido gente que también se quedó sin padres jóvenes, he visto que les sucede lo mismo.
A medida que pasa el tiempo, mi madre se apodera de mí. No se asusten, les cuento. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que mi físico, poco a poco se asemeja el suyo, de que su retrato, al principio difuminado, adquiere verdades en el mío. El color de los ojos es evidente, la  punta  de la nariz, la comisura de los labios. Hasta las arrugas son heredadas. Pero lo más curioso es la expresión. Mi cara está adquiriendo la expresión de mi madre. Cuando estaba contenta, cuando reprochaba... Ella, poco a poco, está ahí.
La confirmación más cierta la obtengo si me cruzo con algun familiar que hace tiempo que no me ve. No hace falta que me diga nada, lo veo en sus ojos. Noto la sorpresa que le produce mi rostro. Está claro que él también se ha dado cuenta de la transformación que se ha operado en mí con los años.
Una nunca llena vacíos vitales, simplemente se va acostumbrando a vivir con ellos.
A mí me gusta imaginar que ella ha vuelto y tenemos una larga conversación.
Primero le cuento todas aquellas cosas que se perdió porque ya no estaba aquí. La nieta que no conoció, mis primeros trabajos, mis viajes, la gente con la que me he cruzado  y con la que he compartido retazos de vida. Nos quitamos la palabra, nos atropellamos verbalmente, pero esta vez es ella la que me tiene que escuchar. Ahora soy yo la mayor. Le saco ya seis años de edad. Soy yo la que tiene más experiencia, la que da los consejos y hace los reproches. La que le dice que las cosas no fueron tan terribles como ella me pronosticó. Que no había nada que temer al echar a andar. Que el camino no era sinuoso, ni retorcido, ni lleno de trampas y fieras escondidas.
Que ni los hombres se aprovecharon tanto de mí, ni me hicieron tanto daño. Solo el justo para aprender la lección y meterlo en la mochila. Y seguir andando y experimentando.
Y entonces sí. Entonces le digo que siempre la echo de menos. Que nada volvió a ser igual desde que se marchó. Que noté mucho su ausencia el día que nació mi hija, el día que no supe qué hacer con mi padre y con el resto de la familia, el día que ...  Y tantos días.
A mi madre le gustaban las flores los días señalados. Y el día 1 de noviembre era uno de ellos.
Ya sé que no está aquí, que más allá, lo más probable, es que no exista nada. Que cuando uno muere se acaba y todo se acaba. Pero no lo puedo evitar. Tengo que llevarle siempre flores. Porque le gustan, porque así estará contenta conmigo y no se enfadará otra vez cuando llegue tarde; cuando le anuncie otro viaje, otra aventura. Le llevaré flores y no me dirá una vez más por qué tengo que ser tan diferente de mis amigas, por qué no puedo ser como  ellas y portarme bien y no intentar siempre confundirla. Y no querer ser, a toda cosa, la que tenga la última palabra.
Sí, lo mejor son los claveles rojos. O los gladiolos rosa. Así tendré fuerzas para decirle que ahora estoy en Francia y que he vuelto a estudiar. Y que no se enfade que en casa todos están bien y de acuerdo. Y que no frunza el ceño y me riña.
Vuelvo a casa por las flores. Ya lo dijo El Principito, "los ritos son necesarios".
Nos vemos en La Matandeta. Feliz Día de Todos los Santos.











viernes, 19 de octubre de 2012

DE LAS SINERGIAS

¿Les he contado alguna vez que si nado por la tarde dos horas soy incapaz  de dormir por la noche?


Aquí me tienen, las tantas de la madrugada y sin pegar ojo. Y eso que motivos tengo para estar reventada como la Capitana. El jueves me casqué diez horas de biblioteca preparando el análisis de un cuento del escritor argentino Daniel Moyano que hoy viernes excluse ante la clase. Redacté veinte folios a una cara sobre La fábrica y cuando he iniciado mi disertación me he enterado de que solo tenía que haber preparado el comentario de tres párrafos y yo casi había preparado una tesina. Lo que tiene ser despistada.
Bueno, pues ya que hoy padecemos insomnio les contaré lo que sucedió esta semana.
En primer lugar decirles que la Facultad de Letras de Aix-en-Provence está formada por varios edificios unidos entre sí por pasillos laberínticos y se necesita un buen hilo de Ariadna para encontrar la clase que buscas. Sobre todo, los lunes por la mañana, como me ocurrió a mí el pasado lunes. Llegaba con retraso y andaba pasillo arriba, pas illo abajo cuando me crucé con una americana que también asiste a esa clase de los lunes de Literatura Medieval. Me mira a los ojos, me conoce, va en dirección contraria y tiene cara de saber dónde se encuentra. Pero no me dice nada. Cuando por fin llego la encuentro sentada en el primer banco. ¿Por qué no me avisó cuando vió que andaba perdida por los pasillos, de la salida del laberinto del minotauro?
Acaban las clases y compro una postal para Manuel, al lado de El Germinal, el dueño del pequeño tabac la mete en un sobre y me dice que correos no queda lejos, a diez minutos andando, él no vende sellos. 
Llego a correos y lo encuentro cerrado. No abren hasta las dos. ¿Por qué no me lo advirtió si vió que yo salía disparada hacia alli?
Se lo cuento por la noche a mi casero Derek Moxon quien me contesta: "Claro, en Francia la gente  piensa que tú tienes la obligación de saber". Le digo que la chica que no me ayudó en los pasillos es de Wisconsin. "Hay gente que parece haber nacido en Francia y sin embargo no es francesa" me contesta con su habitual flema inglesa.
Ha gente que no sabe lo que es la cooperación, digo yo.
Para hablar de sinergias, nadie mejor que mi amigo Xavier Marí. Es la persona más sinérgica que conozco. Alguien siempre dispuesto a cooperar con los demás, a crear corrientes de empatía para que las cosas funcionen. De todo esto hubiéramos hablado en nuestra cita del lunes por la noche si la lluvia no lo hubiera retenido a él y a su hija Inés en Génova. No llegaron a Aix hasta las doce de la noche.
Y sin algo de cooperación por mi parte, no hubiera tenido la suerte de conocer a Rose Prenderville, que aunque tiene apellido francés es una irlandesa de puro Collins, nacida en Dublin, aunque ha vivido en España, Inglaterra y Alemania. Junto con sus dos compañeras June y Liz, et moi même, constituimos el grupo de Erasmus plus âgées, de la Facultad de Letras de Aix. ¡Ya no estaré sola todo el día!
Rose me envió un correo el viernes pasado invitándome a ir de excursión con ellas a la Cantera de Bibémus, en cuyos paisajes pintó Cézanne diez óleos y trece acuarelas.
Esta cantera de calcarenitas ocres explotada desde tiempo de los romanos, estaba ya abandonada cuando empezó a pintarla Cézanne, considerado el padre de la pintura moderna. Un ser solitario e incomprendido en su tiempo.
El lugar merece la excursión y la visita. Es una hermosa y clara mañana de otoño. Hay poca gente y desde un mirador contemplamos la Sainte Victoire.  La guía da un sinfín de datos geológicos, cuesta seguirla. Mejor llevarnos por el encanto del lugar.
Y siguiendo con las sinergias, esta semana manifestación ante la Facultad de Políticas. A Albert Camus, Aix no le dió la bienvenida, pero sí a Marine Le Pen, la Presidenta del Frente Nacional, quien dió una conferencia el miércoles sobre la evolución de la extrema derecha en Francia desde 1972.

No hay árabes en la mani, sino jóvenes muy politizados dirá la prensa. A mi me parecieron estudiantes normales y gente de mediana edad. Miren que hermosa pancarta. 
Como ven, en estas y aquellas nos vamos entreteniendo y descubrimos cosas y gente nueva. Y nos volvemos sinérgicos, como los griegos, que a esta palabra sinergia, le dieron el significado de cooperación.
Nosotros también lo somos. Yo escribo y ustedes me leen, así yo no me siento sola y ustedes se entretienen.
Sean realistas, pidan lo imposible, sean sinérgicos.
Me he dado cuenta de que ya está amaneciendo, me voy a dar un paseo por el campo de Puyricard. Como dijo aquél, ya dormiremos cuando estemos muertos.
Que ustedes lo pasen bien. Hasta pronto.