viernes, 22 de marzo de 2013

LA VIDA ES UN VIDE GRENIER

Una de las aficiones favoritas de los franceses de esta parte del país, junto con les boules o petanca, el pastís del apéro, el pique-nique y la randonnée, son los vide grenier. En cuanto llega el buen tiempo, empiezan a anunciarlos por todas partes, incluidos los periódicos.
Para que se hagan una idea, vide grenier podríamos traducirlo por vacía desván y consiste en que convocan en un lugar, un día y a una hora a la gente que quiere desprenderse de  ropa usada, juguetes de los niños cuando eran más pequeños, libros leidos y releidos que ya no caben en casa, las colecciones que tanto costaron de reunir y que ya no hay dios que sepa dónde meterlas, la vajilla de duralex de la abuela, rayada de tanto darle al estropajo, cualquier cacharro, que ya no hace falta ni en nuestra vida, ni en la cambra.
La primera vez que ví un vide grenier fue en la película Memorias de África. Basada en la novela autobiográfica de la escritora danesa Isak Denisen, nos cuenta la historia  de Karen Blixen que a comienzos del siglo XX decide casarse con su primo lejano el Barón Blixen-Finecke e irse a vivir a  Kenia, entonces colonia británica, para dirigir una plantación de café.
El matrimonio de conveniencia se viene abajo, pero la baronesa se siente feliz porque descubre aquel lugar y su gente a la vez que a Denys Finch Hatton, cazador profesional con quien recobra la alegría  y la certeza de que los mejores amores son imposibles de vivir.
Un incendio destruye la cosecha del café y Karen se arruina y decide volver a Europa a la zaga de la Primera Guerra Mundial. Bueno, pues antes de partir organiza en el jardín de su finca un vide grenier con todo su ajuar, al que están invitados a asistir y a comprar todos los integrantes de la colonia. Allí lucen las vajillas, cristalerías, los objetos y los muebles que decoraron y ambientaron la vida de la baronesa durante su estancia en Kenia y que ya no volverán con ella a Europa, dejando atrás una etapa ya vivida.Una forma inteligente de desprenderse del pasado. Los viajes vitales hay que emprenderlos ligeros de equipaje.

En octubre pasado, la Mairie de Aix organizó el tradicional vide grenier de otoño y hubo muchas protestas de los vecinos porque en esta convocatoria el poder municipal solo permitió la instalación  de doscientos veinte  puestos de venta. El año anterior fueron trescientos cincuenta los vecinos y amigos que salieron a vender sus utensilios y colapsaron gran parte de la ciudad.
El ambiente del vide grenier era el de una auténtica fiesta. Adolescentes que habían sacado del baúl de los juguetes perdidos sus disfraces de Astérik o de legionario romano, así como los cuentos en los que aprendieron a descifrar su primer mundo mágico; señoras con las pieles gastadas o los abrigos de marca que les quedaron pequeños.
Andando por el Cours Sextius encontramos una pajarera de las Mil y una noches que siempre tuve ganas de tener. Intenté traérmela en el último viaje a Tunicia en la cabina del avión, pero desistí del empeño, convencida de que mi marido hubiera sido capaz de pedir el divorcio exprés..
Y mira por dónde, la pajarera intacta y al módico precio de diez euros, me estaba esperando en la Provenza.
Ahora cuelga, bonita y sosegada en el porche de entrada de La Matandeta.

Para las mujeres que nos encanta vestir de una manera atemporal, a lo Annie Hall, los vide grenier y las tiendas vintage de Francia son un auténtico paraiso. Me cuentan mis amigas que en Valencia han empezado a abrir algunas. Esa será alguna de las cosas buenas que trajo la crisis: aprender a reutilizar sin complejos.
En España hay mucha gente que no sabe què significa la palabra vintage, aunque la hayan oido. Les pondré un ejemplo.
Cuando Penélope Cruz recibió el Oscar le preguntaron de qué diseñador era el modelo que llevaba y ella contó que se trataba de un vintage que había visto en una tienda de Los Angeles nada más llegar para emprender su aventura americana. En aquel entonces no se lo podía permitir y no se lo compró.
Pasados los años y bastantes películas, la actriz se supo nominada para los Oscar y se acordó de aquel precioso vintage, así que se dirigió a la tienda y sí allí estaba esperándola, inasequible al tiempo y a otras tentaciones.


Yo tengo una historia peculiar con un vintage que paso a relatarles, si les quedan unos momentos para seguir leyendo...
Sucedió que hace dos veranos pasé cinco semanas en Paris. El primer domingo de mi estancia me acerqué hasta Saint Ouen donde los fines de semana se celebra el Marché-aux-Puces y en una de las galerías que lo conforman, ví a la entrada de una tienda una Burberry amarilla. Soy una fanática de las gabardinas y aunque en  Valencia el clima no es muy proclive a ellas, tengo varias.
A medida que me acercaba, me percaté de que ella también se había fijado en mí, puesto que empezó a guiñarme un ojal. Le levanté las mangas para comprobar el estado de los dobladillos y la gabardina comenzó a susurrarme su historia.
Había llegado a Paris diez años antes en el baúl Louis Vuitton de una cantante de rock londinense y se habían hospedado en el Ritz de la Place Vendôme. A su vez la cantante, cuyo éxito llegó hasta nuestro país, más por sus excentricidades que por su melódica voz, la había adquirido en un charity de Picadilly circus, donde la anterior propietaria, otra  cantante, preciosa, rubia de ojos azules, que se hizo muy famosa durante los años sesenta con aquella canción, Downtown, la depositó después de usarla durante años y habérsela regalado su mejor amiga, actriz a su vez, quien la compró al atrezzo de la película El rolls royce amarillo, donde esta actriz, que acabaría muchos años después recibiendo un oscar de Hollywood por una pelicula ambientada en Florencia poco antes de la  segunda guerra, titulada Te con Mussolini; la llevaba puesta mientras Roger Moore le hacía el amor dentro del susodicho rolls.
Así que se trataba de una espléndida gabardina inglesa con historia, mucha historia detrás, que la convertía a mis ojos en un prenda de vestir valiosísima, a pesar del roto que tenía a la altura de la cintura y de que le faltaba la hebilla del cinturón.
Pedían cien euros por ella, pero la gabardina me chivó que le había oido  decir a la dueña  que ya estaba harta de tenerla y con tal de quitársela de encima, lo que le dieran. No le gustaba el color amarillo, que asociaba a los crisantemos que llevaba todos los meses a la tumba de su último marido.
Le prometí a la gabardina que si el último domingo de mi estancia en París, todavía seguía allí en venta, haría lo imposible para que se viniera conmigo a Valencia. Así quedamos, aunque al despedirme le noté los ojales húmedos y las solapas abatidas, quizás presagiando que nunca vería la lluvia mediterránea.
Cuatro domingos después, mi compañero universitario y sin embargo amigo, José Vázquez y yo nos acercamos hasta Saint-Ouen. Le había contado la historia de la gabardina amarilla y este con su visión práctica de la vida me dijo que nada de sensiblerías. Si la gabardina me sentaba bien, a por ella. Pero si no, a otra ingenua con esa nouvelle. Cuando llegamos, la dueña de la tienda fumaba apoyada en la entrada  A su lado, el maniquí con la vieja gabardina. La dueña era rubia y desgarbada. No sonreía ni ante la posibilidad de una venta.
Me la probé y José dio su  placet. Empezamos a marchander con la dependienta, quien no hacía más que valorar y sobrevalorar la prenda, aunque yo sabía que en realidad estaba ansiosa por deshacerse de ella. La conseguimos por la mitad de su precio: cincuenta euros, una auténtica gabardina Burberry inglesa que rezumaba historia.
Qué felices íbamos a ser juntas, mi gabardina y yo, en cuanto llegaran el otoño y la gota fría a Valencia. La utilizaría solo para las ocasiones especiales: un examen de literatura en la facultad, una cena con un antiguo amor para recordar tiempos pasados, el día de mi cumpleaños, para asistir a una conferencia del escritor Enrique Vila-Matas, si es que venía a  Valencia.
Al llegar a mi casa y deshacer el equipaje, lo primero que hice fue llevarla a la tintorería del Carrefour de Alfafar, donde somos clientes desde hace muchos años.
La empleada, que no destaca precisamente por sus luces, al comprobar el estado de mi gabardina amarilla inglesa, esgrimió una mueca sarcástica en la comisura del labio izquierdo y me espetó:Qué mal estáis  en casa,  ¿verdad? Hasta tienes que ponerte la ropa que ya llevaron otras.

Sans commentaires, mes cheries, sans commentaires. Para algunas la vida es así de ramplona.

domingo, 17 de marzo de 2013

UNA CENA

A Guylaine Fortin la conocí en septiembre, nada más llegar a la Provenza. Yo esperaba el autobús en la parada de Puyricard para ir a Aix al cine. Llegó ella, cincuenta y ocho años, rubia, simpática y dicharachera. Dió la casualidad de que las dos íbamos a la ciudad  a ver la mísma película, pero a diferentes sesiones, Camille redouble, si la estrenan en España, les recomiendo ir a verla, sobre todo a las mujeres a partir de la cuarentena: se reirán y las reconciliará un poco más consigo mismas.
Como el autobús se retrasaba nos dió tiempo a hacer un resumen abreviado de nuestras vidas. Ya saben, diálogos femeninos a lo Molly Bloom, nos dan dos palabras y nos montamos un soliloquio.
De regreso, volvimos a coincidir y Guylaine me invitó a tomar el apero en su casa el siguiente viernes por la tarde, con esa cordialidad innata que tiene la gente del norte que vive en el sur de este país.
Ella y Phillippe, su marido, son de Nantes, pero él encontró trabajo aquí en la sección de Recursos Humanos de una gran empresa y se trasladaron. Sus dos hijos están en Paris con sus respectivas familias.
El apero se convirtió en una cena fría en la terraza de su acogedora casa en la que pude constatar la afición al aceite de oliva que le tiene toda la gente, sea del norte o del sur, en cuanto llega a la Provenza y por primera vez, el color tan peculiar de los caldos rosados de esta tierra.
Poco a poco fuimos desgranando intereses en común. Phillippe es de la asociación de amigos de la Sainte Victoire, esa montaña emblemática que conforma el paisaje de esta tierra.
En uno de los recientes viajes de mi marido, Guilayne nos invitó a cenar.

Habían preparado como plato principal un tajin d'agneau que junto con el cous-cous y la pastela son de mis platos favoritos de la cocina marroquí. Es curioso y ahora al escribir caigo en la cuenta de que en mi visita relámpago a Valencia a finales de febrero, fuimos a casa de nuestros amigos Yolanda y Francisco al Puerto de Sagunto y cenamos pastela. La gente peculiar, te ofrece manjares peculiares. Para la próxima cena Guyliane nos ha prometido un plato de la cocina India, en el que por supuesto no faltará el curry.
Entre bocado y bocado de jarrete de cordero aderezado con frutos secos, tubérculos y especias y regado con tinto de la zona, fuimos conociendo la singularidad de esta pareja.
Aunque se confiesan ateos, hace muchos años que ayudan con su dinero y su tiempo a una misión católica establecida en el sur de la India con escuelas repartidas por esa zona del subcontinente asiático. Así que tres meses al año los dedican a desplazarse hasta allí para colaborar activamente. Además Guylaine los martes y los jueves por la tarde da clases de repaso en una ONG de Aix, a niños de familias inmigrantes que tienen problemas en  su integración escolar.
Phillippe cumplió cincuenta años subiendo al Montblanc acompañado de un amigo y un guía. Nos enseñaron la foto: un paisaje completamente nevado y un cincuentañero sonriente como un niño la víspera de la Navidad.
No obstante, el regalo que se ha pedido Mme. Fortyn para dentro de dos años no le queda a la zaga. Quiere visitar Mongolia.
Con ellos bebimos  por primera vez el vino Terres de Mistral que se elabora en Rouisset, a veinte kilómetros de Aix.
Y nos recomendaron visitar a las afueras de esta ciudad, la bodega Lacoste, proyectada  por el arquitecto Jean Nouvel, donde entre viñedos han instalado un museo escultórico al aire libre. También nos ofrecieron su casa por si queremos volver a finales de agosto para asistir al festival de música clásica de Aix.

Ya lo ven, gente peculiar hay en todas partes. Gente que te abre su casa y su corazón sin conocerte porque para ellos la humanidad no tiene fronteras.
Quedamos que la próxima visita del sr. Gálvez iremos de randonnée a la Sainte Victoire. A ver cómo me las apaño. Guylaine no se atreve a subir a la montaña con su marido y sus amigos. Dice que ellos caminan en plan profesional. A pesar de los muchos años que llevo casada con un alpinista y lo mucho que me gusta marcher en plain air , por la montaña sigo pareciendo un pato mareado. Y es que no he aprendido mucha técnica consortamente.
Es domingo y las ocho de la mañana. Me imagino Valencia oliendo a pólvora. Es curioso, soy de las personas que cuando llegaban las fallas tenía ganas de salir huyendo. Ahora, sin embargo, me encantaría estar allí mezclada entre el ambiente.
Menos mal que tengo la semana cargada de exámenes y poco tiempo para la nostalgia.
Salve y ustedes lo disfruten bien.

domingo, 10 de marzo de 2013

TREINTA AÑOS Y UN DÍA

Le pedí al Caballero de la Melena Plateada que pasáramos juntos el cinco de marzo. No es que me quisiera sentir una reina Ginebra entre sus brazos, al cabo de tanto tiempo y con un lecho de pétalos de rosas bastante deshidratados. No, nosotros, tan poco dados a las celebraciones, puesto que nos pasamos la mayor parte del tiempo preparándolas para los demás. No, era otra cosa, quizàs un reto.
Y el Caballero de la Melena Plateada me sugirió que mejor celebráramos treinta años y un día.
Yo, tan dada a los juegos de intertextualidad, acepté la justa y su pañuelo.
Il était une fois... Una muchacha en flor que preparaba un examen de derecho canónico a la sombra de un sol de primavera. Que por mayo era, por mayo, cuando nace la calor.
La carrera no me entusiasmaba, pero me explicaron en casa que con los sueños no se ganaba dinero. Mis padres, queridos, fruto de la neurosis de  posguerra. Llevo el pelo sucio, un pijama descolorido y el batín de mi madre. En cuanto acabe este tema, me ducho y me hago la toga.
No hay nadie en la casa, entrañable y familiar. Y ahora tiene que sonar el timbre. Mejor, no hago caso, estoy sorda. Pero insisten e insisten. Como si en ello les fuera la vida.
Oigo primero una voz de hombre que me llama por mi nombre y confunde mi segundo apellido con el de mi padre. No tengo más remedio que dar la cara.
La casa de mis padres, construida sobre lo que antes fue otra casa familiar, se componía de tres plantas. La primera, para enseñar a los vecinos, la segunda sin tabicar, para el día de mañana. En la terraza un ático, donde reinaba mi madre a sus anchas. En el intermedio de la segunda, en  mi adolescencia y con mi espíritu ya entonces inquieto, mi padre me habilitó una gran habitación donde a los dieciséis años daba clases de repaso y me refugiaba con mis libros y mi mundo, Desde allí bajé para encontrarlo.
Tenía, una hermosa melena negra como el azabache. A su lado, la chica era gris, no sólo por  la rotundidad del pelo, completamente encanecido  en plena juventud, sino porque me pareció anodina .
Me puse un viejo pantalón de pana negro, un suéter de mi hermana y un bolso de mi madre. Pero mi pelo estaba sucio y grasiento. Cogí las llaves de la entrada y me fuí con ellos. A ver qué se les habría perdido.
Podría haber dicho que no, que no estaba mi padre y yo no sabía nada. Que no tenía las llaves, que no había piso que enseñar. Que era antipática y que tenía el pelo sucio.
Podría... Pero si yo hubiera hecho eso, a Copérnico jamás se le hubiese ocurrido decir que la tierra era redonda, que la circulación de la sangre existe porque así lo demostró Servet y que Colón partió con tres carabelas a descubrir las Américas. Podría haber hecho eso y no hubiera cambiado el mundo, ni la faz de la tierra. Ni hubiera nacido Helena. Pero entonces, ahora, yo no sería yo. Y él nunca hubiera sido él.
Bueno, aquí estamos. Hace gracias a todo lo que digo. La chica que lo acompaña, su novia, su futura esposa, cada vez es más invisible. A mis ojos. Y por lo visto a los suyos .
Pero tengo la sensación de que ya lo conozco. De que lo conocía. ¿En otra vida? No. ¡En el autobús! Sí. En el autobús hace tres años. Después de la gota fría. Octubre. Cuatro días sin clase. Por fin ha salido el sol, esta tarde. Así que de quedarme en casa, nada. Ya me lo he leido todo. Pero el autobús está vacío. No sube nadie hasta Horno de Alcedo. Un chico, bastante mayor que yo. El pelo muy negro, un chubasquero rojo y una bolsa, imitación de piel marrón. No me mira. Y no hay nadie en el autobús, se sienta al final. Y yo no vuelvo la espalda. Hasta luego. Hasta siempre.


Lo que sucedió después de aquella mañana de mayo fue completamente imprevisible. Fue sin querer, es caprichoso el azar. No te busqué, ni me viniste a buscar.Tú estabas donde no tenías que estar y yo pasé, pasé sin querer pasar.
Una historia que se cuenta a medias. Dos personajes con pocas cosas  en común y mucho menos para resistir la fatiga del largo viaje. Una canción cuya letra apenas se conoce y se tararea mal y se toca peor a cuatro manos.
Él siempre dice que es el que más amó. Yo digo que fuí la que abrió más espacios, tendió más puentes, creó más intersecciones en común. Él guardó más y tuvo más paciencia. Yo más fuerza y más imaginación.
Él respetó siempre mi libertad, mi afán de independencia.Yo le enseñé que donde va la corda, no siempre va el poal. 
Pero a ver quien no le pasa el brazo por el hombro y lo consuela. De haber sabido que ella vendría con un batallón de amigos homosexuales y amigas peculiares, que se traería a casa a cualquiera que se encontrara en la calle y le cayera bien, que sería tan exagerada: rie más que nadie y llora por nada. Que se largaría a cualquier parte del mundo, a bambar a lo tonto, en lugar de quedarse tranquilita en casa, limpiando los cristales. Que no la calmarían ni la edad, ni los rangos familiares. Antes y sobre la marcha se inventaría nuevas historias donde ejercer de Alicia en su País de las Maravillas.
Claro, que si ella se deja, igual te cuenta que nunca en la vida la avisó nadie de que se casaba con un dogmático, ella que es la heterodoxia pura. Que de tanto aplicarse en la enseñanza, le salió un alumno aventajado y respondón. Y ahora, que por pasar pasó de todo, se acuerda de que andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
Hoy no es cinco de marzo. No llueve y nosotros los de entonces, ya no somos los mismos, aunque nos guste la misma canción.
Él está cansado, ella también. Pero no. ¿O sí? ¿De qué?
Nunca fue fácil, ni entonces, ni ahora.
A nadie te pareces desde que yo te amo.
Pero el amor también es una trampa. Te quiero tanto que no se te ocurra hacer nada sin mí.
No es el caso.
El ave Fénix. Reinventarse para seguir existiendo. Hay mucho más que muebles en común.




viernes, 8 de marzo de 2013

EN EL TREN

La viajera ha salido antes del amanecer de la casa en la que habita con el viejo ingeniero inglés.
No hay nadie en l'arrêt de l'autobus. Los bordes de la papelera rezuman escarcha. Hace mucho frío, ese frío que siempre le recuerda los polos de colores en el congelador. ¿Por qué? No lo sabe pero es así.
En la estación de Aix, apenas dos personas, entre ellas una  joven rubia con cara de querer estrenar las vacaciones universitarias del mes de febrero. Hay que composter el billete o tendremos problemas con el  revisor.
Apenas cinco minutos para cambiar de tren en Marsella y partir hacia Montpellier. Ahora sí, la viajera adquiere su condición como tal y se complace con la elección del medio de viaje. Tiene que volver a su ciudad de origen por unos días, firmar papeles, abrazar a la familia, unos pocos amigos, antes de volver a su paréntesis. Pero estos viajes le producen confusión. ¿Dónde se encuentra el paréntesis? ¿Aquí en Francia, donde ya lleva seis meses instalada?.¿O en su propio paisaje, donde pasó apenas tres semanas durante todo ese tiempo ? La  viajera sabe que va a tener mucho tiempo para cavilar y sobre todo ejercitar su capacidad de observación. Es por eso que ha elegido el tren para desplazarse. La otra alternativa, viajar en avión hasta Madrid, llegar a las once de la noche y buscar transporte a Valencia, no la seducía  nada. Además en el tren puede hacer la descompresión. Es decir, tomar conciencia lentamente del cambio de paisaje, de lengua, de cultura, de costumbres. Habituarse a su otra vida, ¿otra vida?, ¿cuántas vidas en una misma?




Los asientos están numerados, la empleada de la SNCF de Aix tuvo el detalle de ponerle siempre asiento de fenêtre en vagón de non fumeur, en Francia todavía se puede elegir, en los cinco trenes que tendrá que tomar a lo largo del día. De Marsella a Montpellier, comparte asiento con Marielle Ferrandez, cerca de la cuarentena. Viaja todos los fines de semana para encontrarse con su compagnon, un sexagenario viudo que conoció por casualidad, a través de unos conocidos comunes, en la galería comercial del Carrefour de Marsella. Está contenta y sonríe cada vez que habla. Trabaja de recepcionista en el Hotel Ibis de la Place Castellane de Marsella, justo donde la viajera tomó el autobús la semana anterior para ir a Cassis con sus amigos adolescentes.
Marielle lee el Hola en su versión inglesa. Vivió durante diez años en Londres y domina la lengua. Hablan de trivialidades hasta que surge la pregunta, una pregunta que jamás hacen los hombres: ¿Cómo conoció a su marido? Los tíos de Marielle viven en El Campello, sus abuelos eran españoles, aunque ella nunca estuvo alli. Piensa que su apellido, Ferrandez, es causa de un error, una confusiòn de algún empleado del registro. Yo nunca lo había oido.

En Montpellier, cuna del rey Jaume I, la viajera solo estuvo de paso. Ahora tiene cuarenta minutos de espera hasta el próximo tren. Así que decide salir de la estación, sentarse justo en frente, en la Brasserie de la Gare y tomarse una noissette. Hace mucho frío, pero elige la terraza. Entonces comienza el espectáculo. Ve pasar, apenas dos metros delante de ella, un tranvía silencioso, multicolor, decorado. No será el único, la plaza es atravesada constantemente por tranvías hermosos, como cuadros andantes de una pinacoteca exterior. Se lo hace notar al garçon y éste sonrie, Oui, madame, c'est très joli, c'est comme ça.


Ahora, en su trayecto hacia Figueras, la viajera comparte asiento con un hombre árabe, alto y fuerte que viaja desde Paris hasta Perpignan. Lleva una pequeña bolsa deportiva, de las que se pusieron de moda cuando las olimpiadas de München. Él hombre no habla, dormita y solo mira al frente. Así que la viajera se pone a imaginar que debe vivir en los arrabales de la ciudad Luz, en Saint Ouen o quizás Saint Denis, que trabaja en una fábrica y un fin de semana al mes viene a visitar a su hermana y a su prole.
Como no hay conversación y el paisaje se ha vuelto monótono, la viajera decide leer.




Una de las cosas buenas que trajo el segundo semestre en la Facultad fue la asignatura de Litterature comparée: L'Europe centrale à partir des années 70.
He conocido el concepto de Mitteleuropa, algo nuevo para mí y descubierto autores de la talla de Milos Dor, Danilo Kis, Imre Kertesz., pero sobre todo, Bohumil Hrabal. Los cinéfilos españoles quizás lo recuerden por "Yo serví al Rey de Inglaterra" o por "Trenes rigurosamente vigilados" o "Una soledad demasiado ruidosa", con Phillippe Noiret en el papel de M. Hanta. En todo caso, unas lecturas muy recomendables y un escritor, maestro de la metáfora para denunciar el totalitarismo, cuyos escritos, como los de Kafka, no pierden vigencia.
Pero de pronto, y sin previo aviso, aparece el mar, atravesamos Sète, y bordeamos L'Étang de Thau. Entonces la viajera se pierde en sus ensoñaciones y se recuerda en Bouzigues, hasta siente el sabor metálico y salobre de las ostras en la boca, como si de una madalena mojada en té se tratara.


En Figueras, ya del otro lado de la frontera, el cielo y el idioma han cambiado. Lo primero es gris, lo segundo, familiar. Sólo cinco minutos de tren a tren, así que anuncian la vía por los altavoces, no vaya a haber algún despiste. Tres amigas viajan a su lado. Todas leen en su e-book y la viajera ávida de conversación y de curiosidad, pregunta por las ventajas del nuevo invento. Es práctico, no pesa, tiene diferentes tamaños de letra, se puede subrayar y una pequeña lamparita incorporada para leer por las noches sin molestar a nadie. Pero yo adoro el libro como objeto, como un compañero que al abrirlo habla, rie, llora, que no es aséptico, ni higiénico, que se ensucia y sobre todo, que envejece conmigo.
La estación de En Sants, de Barcelona, es toda una algarabía, un bullicio por estrenar. Lo primero, localizar el tren para Valencia, lo segundo comer algo. Faltan cuarenta minutos para la salida.
En la primera cafetería, la viajera demanda si puede pagar con tarjeta, la empleada, cuyo origen ecuatoriano adivina sin ninguna dificultad, le responde que no.
Así que sale, está mareada y en la confusión se da cuenta de que no lleva su bolso. Sí la maleta morada, si la bolsa con el ordenador. Vuelve sobre sus pasos, entra un poco desencajada y grita ¡Mi bolso!, ¿Dónde está mi bolso? En la misma barra donde preguntó lo encuentra, pero está abierto sin la cartera. A su lado, un joven con barba y mochila. La viajera se la registra. El hombre trata de calmarla. Señora, nadie ha tocado su bolso.
La cartera está en la bolsa del ordenador. La viajera siente angustia, vergüenza, pide disculpas.
La semana pasada vió la película de Robert Bresson Pickpocket y tiene grabada la secuencia de los ladrones actuando en las estaciones.
Al final, no tiene tiempo de comer. Se dirige al tren. Otra vez asiento de ventanilla. A su lado, Pau, una joven valenciana que estudió Publicidad y Relaciones Públicas en Barcelona y trabaja en ella. Todos los fines de semana viaja a Valencia y sueña con encontrar un trabajo allí. Es optimista, inasequible al desaliento. Lleva hamburguesas del McDonalds.
En la pequeña pantalla de video una película de ciencia ficción. La viajera tiene hambre y mira por la ventanilla.



Piensa en otros viajes en tren, otro tiempo, en la juventud perdida. Pero no siente nostalgia, solo hambre y confusión por lo vivido apenas una hora antes en la estación de En Sants. Se dirige al vagón cafetería.
Una joven rubia sostiene a una niña de unos ocho años de ojos muy exóticos, achinados. La abraza, la besa, cantan una canción. Hay que esperar turno para pedir un bocadillo, unas papas, una cerveza.
La joven se llama Laura, muy bella, la niña Teresa. Viajan juntas una vez al mes a Valencia para que la niña pase el fin de semana con el padre. Sentencia judicial obliga. Ahora se llevan bien. Pero tuvieron muchos problemas. La niña no es de origen chino, ni adoptada, ni siquiera diferente. La niña nació exótica.
El bocadillo, para ser lo que es, está bueno. O será el hambre. ¡Oh, Dioses! No es posible. ¡Qué vergüenza! El joven de la barba al que registró la mochila en la cafetería, se encuentra justo en frente de ella. Mira el paisaje y no la ve o no quiere verla. Pero ella sabe que la mejor forma de superar el miedo es enfrentarse a él. Hola, ¿te acuerdas de mí? Me da vergüenza lo que te hice, para compensarte me gustaría que vinieras a comer a casa.
¿Qué ocurre, esta mujer está loca? Primero te registra la mochila y después te quiere llevar a su casa.
La viajera le da una tarjeta. Restaurante La Matandeta, quizás así entienda. El joven sonrie, se llama Ximo, también viaja todos los fines de semana a Valencia.
Anuncian la llegada a Joaquín Sorolla. Hay que alcanzar el asiento, recuperar el equipaje, descender del tren para encontrarlo. Al Caballero de la Melena Plateada.. Sí, aquí está de nuevo mi vida.










domingo, 3 de marzo de 2013

SIN EDADISMO EN MARSELLA

¿A qué no saben ustedes qué es el postureo? Yo sí, gracias a que pasé tres noches y cuatro días en Marsella, capital de la cultura europea, con mis compañeros de Valencia, Erasmus en Lyon, Clara Martínez y José Vázquez. Estos compañeros tienen veintipocos, no se vayan Vdes. a pensar que todos son como yo. Aves del paraiso  con las plumas en decadencia.
Le pedí a Derek Moxon que se quedaran con nosotros en la casita de Puyricard, pero ese día anduvo a sus anchas por Aix-en-Provence sin haberse tomado las pastillas para la artrosis y las muchas golosinas que controlan su tensión arterial. Así que me dijo que no, que en Aix hay los suficientes hoteles como para que los hospedaran. Le expliqué que solo vendríamos a dormir, que los jóvenes están cargados de adrenalina y necesitaban marcha de la que fuera. Que no, que después hay que pedir turno para el cuarto de baño.
Mejor dejarlo estar y buscar por otros lares.
Sonia Lefèvre forma parte de la Oficina de Relaciones Internacionales. Vive en Marsella, habla perfectamente el español porque estuvo de Erasmus en Zaragoza y las prácticas de su máster en Cooperación  Internacional las realizó en Ecuador y Argentina. Vive en un barrio alternativo, cuya existencia vertebra la Rue des trois rois. Allí te puedes encontrar, en veinte metros lineales un restaurante antillano, otro ucraniano, senegalés, griego o indio. Siempre hay vida en la calle. También nos ayudaron la encantadora pareja formada por Sandra y Elvira, la primera ingeniera forestal y máster en acuicultura por la Politécnica de Valencia, la segunda estudiante Erasmus de Comercio Internacional.

El viernes nos fuimos a Cassis, la llaman la Sainte-Tropez de Marseille. La conoci hace más de diez años, con una hija adolescente que había pasado un verano castigada en la Provenza. Menudo castigo, me indican ellos. Pues sí, hay madres tan originales en la vida que cuando castigan ofrecen regalos de Navidad y cuando quieren ofrecer regalos, estampan besos como delirios.
Me encanta estar con ellos. Les llevo más de treinta años, pero nunca ejerzo de madre, ni de maestra.
No son mi responsabilidad, sino mi disfrute. Enseñarles lo que pueda sin enfadarme, sin imponerme.
No soy su profesora, ni su madrina, ni siquiera la portera del edificio en el que viven que se chivará a la mamá. Disfruto mostrándoles aquel paisaje que me maravilló, sin esperar que lo comprendan, aquella librería que me  motivó, sin pretender que retengan el nombre. Ese autor que acabo de descubrir, sin enfocarlos hacia su lectura.

Existe un edadismo que  es puro y un edadismo sutil. En la segunda mitad del siglo XX se definieron algunos términos, como estos que han resultado de gran interés para la comprensión de la vida de las mujeres que nos estamos haciendo mayores. La evidencia de que existe un prejuicio cultural hacia las personas que son mayores, por el solo hecho de serlo. A ello se le denominó "edadismo" e incluye todas las conductas, sentimientos y actitudes de rechazo o desagrado que se muestran hacia las personas de cualquier sexo que no son jóvenes. Estos prejuicios suelen estar más acentuados cuando se refieren a las mujeres que hacia los hombres de la misma edad.
Ellos, Jose y Clara, igual que sus compañeros de nuestra promoción, me han dado ese regalo, no ofrecerme su edadismo, es decir, sus prejuicios ante mi edad, sino su camaradería y su mirada ante mi experiencia, buena o mala.  Estar con ellos es como inyectarse vitaminas de alegría. Tienen la vida por estrenar. Nos vemos en Lyon.