miércoles, 29 de noviembre de 2017

DÍA DE GABARDINA





                                                              One of these nights
                                                              One of the crazy old nights
                                                               We're gonna find out.
                                                                                       
                                                                                       Eagles.





  ¡Qué bien, por fin llueve! Una mañana gris, un poco ventosa, con charcos en el patio y el chip-chap toda la noche. Me siento renacer. Por fin llega la lluvia. Deseada, tan esperada. Me quedaría todo el día aquí, mirando por la ventana, recostada en el sofá, viendo pelis, leyendo un libro. Disfrutando de lo que casi nunca tenemos. Ese escaso y extraño regalo en que se ha convertido la lluvia. Ver llover a finales de otoño, en este verano sin fin y a la deriva.  Pero me tengo que marchar a mis quehaceres.
Hay que vestirse a toda prisa. Un pantalón vaquero negro. Una camiseta del mismo color y una de mis queridas gabardinas. 
Las guardo todas juntas en un armario de la entrada. Juntas, pero no revueltas. A la izquierda, la que me compré en Conetica, fucsia, reluciente, casi sin estrenar. A su lado, la amarilla del mercado de las pulgas de Saint Ouen, al lado de Paris. En el lado derecho del armario, la negra que compramos Pilar y yo en Eguilles, una tarde de verano, mientras acudíamos a una cita en casa de Constance Thiery. Y en el centro, la azul de Oxford, junto a la marrón, la más vieja, la que compré en El Corte Inglés hace la friolera cantidad de treinta años.
Al abrir la puerta derecha del armario, he visto cómo se desperezaba la americana. Lo hacía lentamente, como si le hubiera alcanzado el olor a lluvia, a hojas húmedas. La he visto sonreirle a la parisina, más ajada su hermosura, pero de una clase muy chic. Se nota que se han hecho amigas. La francesa tiene mucho que contar de sus experiencias y andanzas por medio mundo, seguro que la espabilará y la hará feliz. He abierto de par en par el armario. Me he situado en frente. Las he contemplado a todas. La inglesa no parecía muy feliz. Refunfuñaba con un ojo cerrado, Miraba al bies a su vecina, tan descolorida, tan fuera de lugar y sin embargo, tan entrañable.
He dudado todo el rato. Si me pongo la nueva, fucsia y práctica, la vieja marrón se sentirá  morir. La amarilla parisina tiene unos humos y un estiramiento que a veces no es bueno exhibir y la negra hoy me parece demasiado lúgubre.
De pronto, ha comenzado el griterío, la discusión entre ellas. Me toca salir a mí. No, a mí. Hoy es mi día de suerte, vosotras no lo vais a conseguir. Serás creída, arribista, pero si solo llevas aquí un año. Será posible, aquí cuentan la experiencia y la antigüedad. 
Mangas que se cruzan, hebillas que se muerden, cinturones que juegan al ahorcado. Griterío general. Apenas puedo cerrar el armario. Ellas empujan y empujan desde dentro. Se rebelan contra mí.
Déjanos salirrrrr. Para un día que llueve. Maldita seas. A quién se le ocurre juntarnos a tantas en un lugar donde nunca cae ni gota, donde no nos podemos exhibir. Ignorante de la meteorología, mira que hacernos vivir aquí.
Empujo y empujo desde fuera y trato de darle vuelta a la llave del armario, pero no lo tengo fácil. Ellas son más y están organizadas. Me hacen sudar la gota gorda, hasta que por fin. Cierro el armario y me dejo caer en el suelo. Dios mío, qué sublevación. Casi que me pondré un impermeable.   

                                                                                   

martes, 21 de noviembre de 2017

INICIACIÓN A LA ÓPERA

Le entró un ataque de risa mientras conducía camino de su nuevo trabajo. Mira.... Es difícil, pero no imposible, se había repetido y había repetido a los demás, cuando le preguntaban. Si había llegado hasta aquí, atravesando océanos de tiempo, ¿por qué no tenía que ser posible?
Por eso le entró el ataque de risa. Porque solo lo intentó una vez y ocurrió. Había cruzado  a pie la ciudad durante las mañanas de septiembre, cuando el calor todavía apretaba como en agosto. Del Campus de Tarongers a la consellería, en Campanar, ida y vuelta, deprisa, deprisa. Dejar atrás pesadillas, arreglar papeles, formar proyectos. Sin comentar con nadie sus nuevos menesteres. Si los cuentas, se volatilizan, solía repetirse. Y había funcionado, aunque el destino le estaba emitiendo señales desde hacía meses. Poniéndole obstáculos, fácilmente salvables, llevándola de la mano.
Es difícil, pero no imposible había sido su lema de los últimos años.
Así que el ataque de risa se lo tenía merecido. Lo disfrutaba al son de Raindrops keep falling in my head. Trescientos sesenta grados en la vida para llegar al mismo sitio del que había partido hacía ya tantos años que ni se reconocía en la que fue entonces. Como si una bruja la hubiera encantado por un camino equivocado.
Sin embargo, sentía como perdidas muchas cosas. Asuntos que no volverían a presentarse y para los que no tenía necesidad ni tiempo. Aprender a bailar, iniciarse en la ópera. Esas serían las nuevas seducciones para llenar el tiempo. Ocuparlo a toda costa. Ni un paso atrás para no rebozarse en la nostalgia. En una de las bibliotecas de la universidad encontró el folleto. Iniciación a la ópera. Para estudiantes de la Nau y Postgrado. Le gustaba cuando la literatura se mezclaba con las otras artes y la ópera, su representación,siempre le había parecido fastuosa, grandiosa. Verla, no escucharla solo.
Se apuntaría.



El curso se iniciaba un lunes, con Turandot. Se escapó del máster con una excusa y esta vez atravesó la ciudad en coche, corriendo. Siempre corriendo, para que no la atrape la nostalgia de los últimos besos que ni siquera le había dado. No mires, no mires hacia atrás. Está prohibido. Se acabó abrir el saco de la memoria y los recuerdos. Nunca más. Y además, no quedan ganas ni tiempo.
Cuando llegó, la sala estaba llena y la conferenciante acababa de comenzar su plática acerca del proceso de creación de la obra póstuma de Puccini. Llegaba corriendo, sin respiración y el resplandor la detuvo. En la oscuridad del Aula Magna, unos ojos, como focos, una mirada magnética al acecho. Allí lo encontró. Como siempre, sin buscarlo. Atravesando océanos de tiempo,. Y en ese mismo instante supo que otra historia estaba apunto de comenzar. Es difícil, pero no imposible. Nessun dorma, nessun dorma.